Bueno aparte de la influencia de mi abuela sobre los juegos da azar, que para ella eran más una diversión pues nunca apostaba demasiado, quien influyó determinantemente sobre mí al respecto fue mi padre William Samperio Ruiz, quien apostaba en el hipódromo en el frontón, en la peleas clandestinas de perros, en los gallos, en el box, fútbol, y el mismo jugaba domino, póker, canasta, siete y medio, cubilete, carambola, pool, a las vencidas (donde tenía mucha suerte pues había hecho pesas y sacado el segundo lugar en el D.F. en su categoría, por lo cual nadie quería jugar vencidas con él, pues llegó a quebrar dos o tres brazos), etcétera.
Al mencionar todas estas aficiones de Willy o Superman, como le decían, parecería que yo estuviera hablando de un gerente de algún casino de Las Vegas, pero nada de esto. En general, tenía suerte en juegos donde él podía tener cierto control de los movimientos, como el póker, la canasta, el domino, el siete y medio, la carambola o el pool, pero los demás, en los que no podía ir montado en un caballo o no había amaestrado un perro o no controlaba la pelota con la canasta del pelotari (aunque él llegó a jugar frontón y pronto lo abandonó por sus efectos visuales, ya que había momentos en que no veía la pelota, la cual podía despedazarle la frente o eliminarle una oreja; y esto lo llevó a colgar la canasta).
Así que en lugar de interesarme por los estudios, poco a poco me fui inclinando por los juegos de mesa y a apostar en billetes de lotería, en los volados, el trompo, en el tacón, pero el juego que más me apasionó fue el póker, donde casi era un experto a los veinte años, edad en la que empecé a escribir. Mi padre había muerto y, como yo era el mayor de seis hermanos (más mi mamá, la muchacha, los canarios, los pericos australianos y un perro) fue una estupenda suerte haber obtenido un trabajo de dibujante técnico industrial en el Instituto mexicano del petróleo (IMP), donde se pagaba muy bien al ser filial de PEMEX. Para tener ese empleo la suerte no tuvo nada que ver, pues saqué el segundo lugar en dibujo de la escuela en que me preparé para dibujante y diseñador técnico industrial (DiDTI) (mientras dibujaba máquinas o tornillos de mi invención, suponía que los futuristas estarían contentos conmigo). Cuando realicé el examen éramos cien competidores en sus restiradores (mesas de dibujo); a los quince días nos informarían quienes habíamos sido aceptados (incluso mi maestro de dibujo participó, pues el salario que le daba la escuela, supongo, era muy bajo).
Los quince días llegaron, nos introdujeron en un auditorio mediano, en el foro, ante una mesa de sencilla se encontraba el señor Guerrero, quien nos había hecho realizar el examen. Ya que estuvimos todos bien sentados y con la rodilla cruzada, Guerrero habló:
-Quiero informarles que ninguno de ustedes pasó el examen, excepto un persona... si se encuentra el señor Samperio Gómez Luis Guillermo que se ponga de pie porque fue el único que aprobó... los demás tendrán la oportunidad de realizar un nuevo examen en dos meses... así que váyanse preparando, muchas gracias y le pido al señor Samperio que me acompañe a mi oficina.
Yo ya tenía la oferta de un trabajo en la Secretaría de comunicaciones y obras públicas (como se llamaba así en el ’66) pero había el problema de que me pagaban alrededor de setecientos pesos de la época y el horario era de mañana y tarde y debía hacer dibujos topográficos (nada que ver con el futurismo) Y frente al escritorio del seño Guerrero, éste me dijo que el IMP me pagaría mil trescientos cincuenta pesos, horario de 08:00 am a 15:00 pm con un break de media hora a las 12:00 de día (fue la primera vez que escuché la palabra break y no sabía lo que quería decir pero malpensé) y que debía llevar mi documentos desde mi cartilla hasta el certificado de DiDTI. Así que en este caso el cubilete aventó los dados a mi favor y fue la primera vez en que superé a un maestro. Todavía me faltarían varios, pero en el cubilete literario.




