Bueno, la pandilla de drogos de la que yo formaba parte en la unidad Cuitláhuac, como a la edad de los 20 años, en que para nosotros los jóvenes medio inconformes o de plano inconformes con la sociedad que nos había tocado, la vestimenta, las drogas, un lenguaje especial y la música rockera o derivada de ésta “como el punk” eran maneras de confrontar a los conservadores, desde muchachos hasta ancianos.
Aunque yo seguía militando en la izquierda, en el Espartaquismo Integral, no dejé de vestir como hippie ni abandoné las drogas (aunque la organización las tenía prohibidas) ni mi lenguaje de la onda, ni el tipo de música que escuchaba, aunque entre los diez años y la aparición de los Beatles fui capacitado por mi tío Luís Burgos en la ópera en especial las arias y en la historia de La pintura desde Altamira hasta Picasso.
Por su parte, mi padre, William Samperio formaba parte del Trío Tamaulipeco y luego fue director artístico de Orfeón y Dimsa; él fue quien lanzó a Los Rebeldes del Rock y otros grupos como Los Locos del Ritmo. Con ese puesto de mi padre, él recibía discos de todas partes del mundo para que él sugiriera qué podía comercializarse en México. Llevaba ese montonal de discos a la casa y, aparte de la opera, escuché música de diversas partes del orbe, desde los cantos de los cosacos del Don (Rusia) hasta las negras percusiones de África, sin olvidar a los europeos y los latinoamericanos, en especial los de Cuba, Puerto Rico y Colombia. Hasta edad madura me empezó a gustar el tango, en especial el más viejo.
Ya en lo político, durante un congreso clandestino que tuvimos, en una ocasión, el círculo de estudio de nombre “Tlaloc” me acusó de haber consumido drogas y haber manejado en estado etílico o, de plano, crucheco (mota más alcohol); además, me acusaban de casi haber atropellado a una viejita en mi VW apodado El Muégano, debido a su tono café con leche, o miel de abeja y a los múltiples golpes que el auto tenía por aquí y por allá.
Yo, en rigor, no me acordé nunca de del suceso de la viejita y argumentaba que cómo era posible que el círculo “Tlaloc” hubiera atestiguado su dicho; admití que con frecuencia consumía drogas pero, como decían Wilhelm Reich y Aldous Hustler, de los que éramos partidarios, y recomendaba la experimentación con drogas, incluyendo el estupendo LSD. A pesar de mi defensa, fui castigado con seis meses sin voto en las reuniones de toda la organización y en la Central de Círculos, a la que yo era representante del mío.
Pero creo que en cuanto a mi experiencia política me adelanté ya algunos años. Me quedé en que había leído el folleto Feurbach donde demostraba la inexistencia de Dios, lo cual me trajo calma, pues fanatismo religioso de mi madre me había convertido en paranoico en tanto que me sentía perseguido por entidades regidas por Dios padre. Releí varias veces el librito de Feuerbach hasta comprenderlo todo. Era mi primer round con la filosofía alemana y la filosofía en general. Luego vendrían otros autores.
El folleto siguiente se titulaba Manifiesto del Partido Comunista, atribuido a Frederich Engels y Karl Marx aunque, por el estilo, supongo que fue redactado por Engels con ideas de Marx. La palabra “comunista” viene de “común” y, siendo un partido, sería una organización de “los comunes”; hay que pensar en que “común” no se asocia a lo “vulgar”. De lo contrario, la Cámara de los Comunes de Inglaterra sería de los Vulgares.
Como Marx ya había descubierto que había un tipo de “comunes”, los obreros, que en su época trabajaban hasta 14 horas; lo que él llamaba plusvalía absoluta, o sea enriquecerse con el mayor número de horas que pudieran laborar los obreros incluidos niños y adolescentes. De esta manera los comunes representaban a la clase obrera.
