Susan Crowley

Hay de películas a películas

"Las películas, cuando son buenas, se convierten en un espejo de la sociedad. Todas las sociedades vistas en su profundidad, terminan por asemejarse".

Susan Crowley

22/11/2025 - 12:03 am

En mis cursos de historia del arte acostumbro a incorporar ciertas nociones sobre filosofía, historia, geopolítica, literatura, música además de artes visuales. Especialmente el cine es un sujeto activo que sirve como medio para entender mucho más de un país y su cultura. Las películas, cuando son buenas, se convierten en un espejo de la sociedad. Todas las sociedades vistas en su profundidad, terminan por asemejarse. La pobreza de muchos países africanos es como la de América Latina; la violencia de Brasil, se parece a la de los suburbios de París. La ternura y los sentimientos de un iraní, como los de un chiapaneco, son universales. Las lágrimas, la risa y el amor son comunes en todos los seres humanos. Y el buen cine, el de autor, permite entrar en la vida, las emociones y las pulsiones que podemos reconocer en el entorno o incluso en nosotros mismos.

No tengo nada en contra de pasarla bien. El cine es también un entretenimiento “palomitero”, divertido e insustancial. Olvidar por un rato los problemas es válido. Pero el cine de arte, que empezó a partir de procesos de animación fotográfica y experimentación con la imagen, que a través de una cámara ha sido capaz de adentrarse a realidades más íntimas y honestas, exige una disposición mayor. Implica entregarnos a la historia que el director desea contarnos y que ha construido como si se tratara de pintar un cuadro, escribir una novela o componer una sinfonía.

Como todo arte, cuando realmente lo es, no suele ser complaciente o satisfacer nuestro gusto particular. El cine de calidad cumple con un propósito más allá de lo comercial. No maquilla la verdad, no chantajea y no manipula. No es sensiblero y retrata los acontecimientos con ética y sin conducir nuestra mirada. Confía en la inteligencia y capacidad de elaboración de quien se dispone frente a la pantalla para vivir algo más que un esparcimiento.

El cine de arte tiene la función de transformarnos, es un catalizador de emociones y sensaciones que establece un tiempo “otro”. Su esencia es luz. Todo lo que ocurre aparece ante nosotros a partir de un ojo que sabe ver y contar, y que no sólo ilumina una escena, también nuestro pensamiento. La pantalla de una sala de cine se nos ofrece como una página en blanco. La oscuridad es el vehículo que nos conduce a un espacio líquido, liminal en el que cosas inverosímiles pueden ocurrir. El sitio en el que nos abandonamos y dejamos de ser los de “afuera” para entrar en un estado cualitativo.

Películas como Splendor de Ettore Scola han rendido homenaje al cine, a los intentos de preservar ese continente en el que se tejen universos, ideas, momentos. Reír, llorar, asustarnos, aterrorizarnos. Reflexionar por el precio de un boleto. En La rosa púrpura del Cairo, una mujer de vida mediocre y rutinaria, paga un boleto en la sala de cine del pueblo. Cada tarde se deja atrapar por la ficción. Milagrosamente, algo que solo puede ocurrir en el cine surge, literalmente de la pantalla, su príncipe azul. La genialidad de un director como Woody Allen, nos recuerda que incluso los lugares comunes pueden dejar de serlo para convertirse en magia.

Como parte del programa para mi curso, incluí un viaje a Brasil. Las películas que he recomendado son Fitzcarraldo, del alemán Werner Herzog y el Abrazo de la Serpiente, una coproducción de Colombia, Venezuela y Argentina del director Ciro Guerra. Ambas merecen un texto aparte. En esta columna quiero hablar de Ciudad de Dios (Brasil 2002), de los directores Fernando Meirelles y Katia Lund, considerada una de las más importantes del siglo XX, y tal vez la más ambiciosa realización de nuestro continente. Yo la vi en su estreno, y la primera sorpresa es verla tantos años después y descubrir que lejos de envejecer, con el tiempo ha cobrado mucho más sentido. Podríamos decir que es un clásico. Un relato que parte del acuerdo entre el equipo de producción y el jefe de la peligrosa banda de una favela, quien autorizó la filmación siempre y cuando los actores fueran los mismos habitantes de la comunidad.

Es una historia que nos adentra a las capas sociales más profundas de Brasil. Narrada con vertiginosidad, es la historia de Ciudad de Dios, la favela que a través de los años da cuenta de la vida de un grupo de niños que entran a la adolescencia y a la prematura adultes sin oportunidades, con un rezago social y cultural que los condena a la delincuencia. Vidas entregadas a los cárteles de las drogas; víctimas que se convierten en victimarios y viceversa, en un ciclo interminable de violencia. En cada escena el relato va creando una atmósfera que, sin melodrama, casi un documental o algo que asemeja al cinema verité francés, el neorrealismo italiano o la soberbia obra Los Olvidados de Buñuel.

Adaptada de una historia real que fue nota policiaca en los periódicos locales, no cuenta nada nuevo, es el proceso de destrucción del tejido social. Lo relevante es la forma de hacerlo. Familias obligadas a emigrar a un suburbio que ofrece en apariencia nuevas perspectivas. Casas construidas por el gobierno (algo parecido a lo que ocurre en nuestro país) sin los mínimos servicios, agua, luz, transporte o seguridad. En su mayoría descendientes de la eterna injusticia que dejó el comercio de esclavos en Brasil, africanos de muchas naciones que vieron crecer a sus hijos en un ambiente que sólo pudo generar desgracia. Los personajes de ficción van tomando vida amalgamándose de una forma asombrosa con actores no profesionales que se desplazan, actúan y reflejan una vida interior delante de la cámara.

La pobreza está llena de capas dolorosas. Contiene momentos de luz y muchos otros de oscuridad. En su mayoría seres lacerados que se encuentran unos a otros entre pliegues imperceptibles para quien es ajeno a su realidad. En Ciudad de Dios esas capas afloran y se convierten en paradigmas de la desesperanza. Gracias a un relato impecable, nuestra mirada se transforma de observadora en cómplice. La maestría de Ciudad de Dios es que nos obliga a dejar a un lado nuestro privilegios y egoísmo para volvernos parte de esas vidas que bordan en el desastre. Pero no se trata de seres caídos; al contrario, son seres de luz que las circunstancias conducen a la violencia. La fatalidad esta al acecho, pero eso no impiden que jueguen con ella y traten de vencerla. Sometidos a los ritos del candomblé buscan ser ungidos para entregar su vida a la irreductible hambre de matar para vivir. “Lucha y nunca sobrevivirás, corre y nunca escaparás”.

Pero es precisamente en esos estratos donde surgen los verdaderos contadores de historias, los artistas y los filósofos a quienes las infamias no dejan indiferentes. Profundos y lúcidos, con ideas que pueden cambiar el mundo. En Ciudad de Dios entre las mafias, la droga y la ambición, en medio de esta oscuridad surge Buscapé, un joven que tiene el don de saber ver a través de la lente de una cámara. Solo él puede penetrar el sórdido sitio en el que ocurre lo inverosímil. Él es quien, con una cámara en las manos y una mirada creadora, permite incursionar en una comunidad que no podría haber sido vista de otra forma. Él es nuestra subjetiva, el redentor de la condición humana. Como en México, artistas como él abundan en las favelas de Río de Janeiro y São Paulo. Tuve la oportunidad de conocer a varios artistas que también merecerían una columna completa.

Ciudad de Dios es un himno profundo a lo humano, a la otredad, a la amistad y también a la comprensión de la violencia. Eso es lo que la hace una película soberbia. Y algo más, convierte la pantalla en una experiencia de vida. @Suscrowley

Susan Crowley

Susan Crowley

Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

Lo dice el reportero