Sicilia bajo fuego

Salvador Camarena

08/08/2011 - 11:21 pm

Por razones de todos conocidas y que nadie envidia, en cosa de meses Javier Sicilia se ha vuelto un protagonista de la realidad nacional. Su singular estilo de reclamar –al señalar las fallas de los poderosos los lacera, pero eso no le impide besarles, sonreírles, abrazarlos–, su tesón, sus mentadas de madre, su originalidad en cuanto al trazo de las marchas, e incluso su condición de poeta con atuendo de pescador, han empezado a ser cuestionados principalmente bajo una pregunta básica: ¿qué representatividad tiene ese señor como para que los políticos lo atiendan?

El cuestionamiento sobre la representatividad de Sicilia es absurdo. Los políticos huelen lo evidente: la voz de ese señor de sombrero tiene eco en miles de víctimas directas que no han tenido justicia, y en otras tantas personas que, sin tener a flor de piel ningún agravio específico, sí resienten lo que ha pasado en el país en estos 5 años. Por si fuera poco, lo que ha pedido en sus reuniones con dos poderes de la Unión –con algunas reservas que siempre es posible discutir— no sólo es racionalmente aceptable, atendible, sino que además de que lo ha hecho por vías legítimas, es un discurso consistente con lo que el escritor al que le mataron en marzo a un hijo venía sosteniendo antes de ese infame día.

Sicilia puede ser un factor de movilización del que se pueden aprovechar muchos. Sus eventuales excesos, incluso sus errores son, hasta el momento, mucho menores que la sacudida que ha provocado en las instituciones. Qué pasará con él y su movimiento es una interrogante abierta. Pero revisar lo que había escrito, por ejemplo en la revista Proceso, antes del infausto asesinato de su hijo puede ayudarnos a comprender que este hombre puede ser muchas cosas, pero antes y después de la tragedia sus palabras son las mismas. Aquí algunos extractos de apenas un puñado de artículos previos a su hoy triste notoriedad.

Sobre la función del poeta. El 5 de febrero, en ocasión de la muerte de Samuel Ruiz, y en una cosa involuntariamente premonitoria, Sicilia publicó:

“Luis Cernuda escribió unas palabras reveladoras en relación con la muerte de los poetas: ‘¿Qué país sobrelleva a gusto a sus poetas? A sus poetas vivos, quiero decir, pues a los muertos, ya sabemos que no hay país que no adore a los suyos.’ (…)

Don Samuel era un profeta, y los profetas –los poetas del mundo hebreo y del mundo cristiano en su tradición liberacionista– tienen una función semejante a la de los poetas en la modernidad: restablecer los significados, anunciar lo que extraviamos y debe encarnarse, y cimbrar, por lo mismo, el supuesto orden del mundo”.

En marzo 5, el poeta tituló a su colaboración "Capitalismo y crimen".

“El tema del crimen –que se vincula con el narcotráfico– y la guerra que el Estado desató contra él se ha vuelto un lugar común en nuestras vidas: un espacio –como todo lugar común– que perdió sus contornos, una especie de amiba social que se enquistó en el organismo de la sociedad y que diariamente buscamos delimitar para comprender y atenuar su horror. Muchas cosas importantes se han dicho sobre el fenómeno, pero pocas o casi nada sobre el fondo que lo produce y hace impotente la guerra que quiere erradicarlo. (…)

El crimen, cuya tarea es maximizar recursos –en este caso, ilícitos– para producir dinero, forma parte del mismo sistema que el Estado legitima y protege: el capitalismo. (…)

Mientras el Estado continúe promoviendo esa forma de lo económico, el crimen jamás será erradicado: será, como ya lo es, un negocio más –de altos costos– en la vorágine del enriquecimiento y el consumo”.

En ocasión de la Navidad, habló de la Iglesia el 25 de diciembre pasado.

“La Iglesia, que custodia ese misterio (el de la Navidad) y lo celebró en todos sus recintos, ha agregado al horror del país el encubrimiento fallido de sus sacerdotes pederastas, la defensa de la institución y de su moral sobre el sufrimiento de las víctimas, el insulto, la prepotencia, la corrupción y el cinismo de algunos de sus obispos, y el amor por el poder, la fuerza y el dinero de creyentes que se han sentado en los sitios de gobierno”.

La legalidad criminal, del 27 de noviembre.

“Cada vez se hace más claro que lo único que distingue a la clase política del crimen organizado es la impunidad. Mientras que al criminal se le asesina o –en el caso de que el Ministerio Público y el juez cumplan con su tarea– se le procesa y sentencia, el político no sólo puede cometer durante su estancia en el poder todo tipo de ilícitos, sino que a su salida queda tan impoluto como una virgen. Nadie, a pesar de la documentación en su contra, osa destituirlo; nadie tampoco osa hacerlo comparecer ante la justicia cuando ha dejado el encargo. Se trata del ancestral método que señoreó la vida política del país cuando la revolución se institucionalizó y procedió como una dictadura, sólo que ahora de manera cínica y cobijada bajo el argumento de la democracia, el fuero y la “salud” de la vida partidista”.

Y “La guerra sin rostro”, del 13 de noviembre.

A fuerza de una violencia sin sustento, tanto Calderón como el crimen organizado han ido destruyendo algo fundamental para la vida humana: la confianza en que sobre la base de una política o de una guerra hay sentido de justicia y de porvenir. Por el contrario, a lo largo de estos años sólo hemos visto mentir, manipular, envilecer, torturar y matar. Nada ha podido impedirlo. (…)

Sólo mediante proyectos que recobren los ámbitos de comunidad, es decir, ámbitos de subsistencia, en donde la primera regla es asegurar los medios de sustento de los más débiles, podrá detenerse el absurdo”.

Sicilia es el mismo, sólo la tribuna ha cambiado.

Salvador Camarena

Es periodista y conductor de radio.

Lo dice el reportero