¿Ayuda o perjudica que tres medios del prestigio internacional como CNN, The New York Times o The Economist publiquen que los usuarios de las redes sociales en México corren peligro? Luego de la aparición el martes pasado de los restos de dos jóvenes –colgados en un puente de Nuevo Laredo con sendas cartulinas donde se advertía, entre otras cosas, que “esto les va a pasar a todos los relajes de Internet”— la noticia en todo el mundo fue que, para decirlo con las palabras utilizadas por el Excélsior para titular esa información: “‘Balconear’ a criminales en Internet firmó su sentencia de muerte”.
Pero ¿de verdad esos dos individuos fueron asesinados por denunciar algo en Internet? Una semana después no lo sabemos. Es más, luego de siete días del hallazgo de los cuerpos, que presentaban huellas de tortura, ni siquiera sabemos la identidad de esas personas fallecidas, cuya edad se calcula en menos de treinta años.
Otra posibilidad, por supuesto, es que dos jóvenes completamente ajenos a cualquier asunto de redes sociales o narcotráfico hayan sido asesinados tan sólo para mandar el mensaje que los criminales querían difundir, estrategia que por los resultados parece que fue todo un éxito.
Veamos lo que se dijo en el plano internacional: la cadena CNN publicó que “los cuerpos colgados en un puente son una advertencia a los usuarios de las redes sociales”; al abordar el tema, que junta con el caso de los tuiteros de Veracruz, The Economist encabeza su comentario con un: “Libertad de expresión en México. Cuidado con lo que tuiteas”, y The New York Times encabeza con: “En México, Internet se convierte un campo de batalla en la guerra de las drogas”.
Los criminales pueden anotarse que son ellos los únicos que han ganado con este episodio. Las narcomantas convertidas por los medios de comunicación en boletines oficiales ante el vacío de información dejado por autoridades federales y estatales. Los medios nacionales no pudimos ni verificar ni investigar nada, ni la autoría del crimen, mucho menos del mensaje. Y si a información de la violencia nos referimos, los medios locales prácticamente han desaparecido en Tamaulipas. Eso no es novedad, la situación en ese estado es tan mala que incluso alarma a periodistas que han estado en los peores lugares de conflicto del planeta.
En este caso quedó constatado que muchos de nuestros medios nacionales están impedidos a siquiera pensar en la posibilidad de enviar reporteros a esa entidad. Ante ello, me imagino que un medio cree que hace un servicio a su audiencia cuando decide, con supuesta buena voluntad, transmitir la información de la muerte de dos personas y su explícito mensaje. ¿No será más bien la confesión de haber capitulado? No son sólo los medios locales los que ya no pueden reportar, sino que los nacionales, e internacionales, nos prestamos a difundir una amenaza perfecta: nadie puede con nosotros, ya ponemos controles a la prensa formal, ahora controlaremos las expresiones en las redes.
Cierto que no existen garantías para ningún periodista o ciudadano común, para reportar desde un lugar como Tamaulipas, pero estamos atrapados en un dilema patético: los medios damos formalidad a una amenaza que, supuestamente, ahora también quiere acallar a los medios cuyo control aún se les escapa. Volveremos a hablar de Tamaulipas cuando vuelva a surgir otro ataque masivo, coche bomba o algunos colgados en los puentes con mensaje incluido, pero de lejos, porque ni pensar en ir para allá, a estar junto a la gente que ha sido abandonada hace ya muchos meses por nosotros los medios.




