José Antonio Kast, Presidente electo de Chile, tomará posesión el próximo el 11 de marzo de 2026, como jefe de Estado de uno de los países más seguros de América Latina, un tema que Kast y la ultraderecha chilena supieron capitalizar, e incluso inflar, con medios de comunicación alineados con la derecha, la insatisfacción ciudadana ante la inseguridad.
Este artículo es escrito con apoyo del Laboratorio de Acción en Democracia, Centro sobre Democracia, Desarrollo y Estado de Derecho, Universidad de Stanford.
Santiago de Chile, 18 de diciembre (SinEmbargo).- Para Rodrigo, un taxista con 25 años en el oficio, en Santiago de Chile, “no hay ninguna posibilidad de que, en democracia, se resuelva el principal problema del país: la delincuencia y la inmigración”; dos tópicos que, el reciente Presidente electo, José Antonio Kast, por quien votó el conductor, colocó en un mismo saco durante la campaña que lo llevó al triunfo electoral.

Tras derrotar a Jannet Jara Roman, del Partido Comunista, Kast tomará posesión como jefe de Estado el 11 de marzo de 2026. Si bien venció con una holgada ventaja sobre su contrincante, y se convertirá en el Presidente más votado de la historia de Chile, debido a que ahora el sufragio es obligatorio en el país, no es un político dotado de carisma ni popularidad.

Kast tiene una larga trayectoria política, en la que hasta estas últimas elecciones no hubo logros significativos. Fue militante en la controvertida Unión Demócrata Independiente (UDI), fundada por Jaime Guzman, el ideólogo de la dictadura de Augusto Pinochet. Luego cofundó el Partido Republicano y fue diputado durante 16 años, sin prácticamente ningún logro relevante.
Sin embargo, Kast y la ultraderecha chilena supieron capitalizar, e incluso inflar, con medios de comunicación alineados con la derecha, la insatisfacción ciudadana ante la inseguridad.

De acuerdo con la página web del Partido Republicano, en su apartado sobre el Plan Implacable, una propuesta carcelaria de Kast que incluye la construcción de penales de máxima seguridad —con “aislamiento total para cabecillas narcos” y “sin visitas, sin contacto con el exterior”—, Chile ha sido “golpeado por una de las peores crisis de seguridad de su historia”.
El eje discursivo de Kast —la inseguridad y los inmigrantes—, rindió frutos en los distintos estratos y edades de la población chilena.
Alonso Saa, de 18 años, festejó el triunfo de Kast en el exclusivo barrio y comuna de Las Condes, Santiago de Chile, donde tuvo lugar la celebración de la victoria electoral, y desde ahí contó que “Chile necesita mano dura. Voté por él porque yo y mis amigos ya no podemos salir a las calles por la violencia que traen los inmigrantes”.
Parafraseando el eslogan de Donald Trump —otro joven en el mismo evento de Las Condes—, portando la típica gorra del mandatario estadounidense, dijo exaltado: “Hagamos Chile grande otra vez”.

Lo cierto es que Chile es uno de los países más seguros de América Latina, con una tasa de homicidios de 2.5 por cada 100 mil habitantes. Incluso, el país tuvo una ligera reducción de víctimas de homicidio de 13.8 por ciento en el primer semestre de 2025, comparado con el mismo periodo en 2024, según datos del Ministerio de Seguridad Pública.
No obstante, “en determinadas circunstancias, los chilenos, igual que está sucediendo en otros países, están dispuestos a hacer un sacrificio de la libertad, la democracia y la representatividad, a cambio del orden público”, dijo Hugo Fruhling, académico experto en seguridad de la Facultad de Gobierno de la Universidad de Chile.

Si bien la amplia percepción de inseguridad en el país no corresponde con los datos duros ni con los mensajes de Kast al respecto, es una realidad, sostuvo Fruhling, fundador del Centro de Estudios en Seguridad Ciudadana, que desde la pandemia a la fecha, se han incrementado formas de violencia que antes no eran comunes en Chile, como los enfrentamientos con armas de fuego por parte de grupos criminales, el sicariato y la aparición de personas asesinadas en las calles sin que se sepa el motivo.
Algunos de los perpetradores de estas violencias, apuntó Fruhling, así como las víctimas, son de origen venezolano y colombiano, entre otras nacionalidades.
Cabe resaltar que, pese a que un número significativo de personas entrevistadas señalaron a los inmigrantes como la causa de una “crisis de violencia” que supuestamente enfrenta Chile, no hay evidencia de una relación de causa y efecto entre ambos factores.
“Sin temor a ejercer la autoridad”, una de las frases de Kast, nos recuerda que la “mano dura” y la seguridad como ejes discursivos de campaña, y en algunos casos su vínculo con la inmigración, le ha rendido jugosos frutos a la derecha en el continente americano, mismos que luego se han traducido en retrocesos democráticos y rompimiento del debido proceso. Donald Trump y Nayib Bukele, dos figuras admiradas por Kast, son un ejemplo.

Así, los chilenos tendrán, por primera vez, un Presidente que abiertamente hace apología de la dictadura de Pinochet. Lo que viene es un enigma. Algunos sectores temen un posible retorno de la brutal represión del Estado. No obstante, hay confianza en la firmeza de la democracia en el país.

Y es que, pese a la enorme polarización política latinoamericana, que incluye elecciones caóticas como la reciente en Honduras, o significativos retrocesos democráticos como en El Salvador, las elecciones en Chile transcurrieron de manera ordenada, transparente y pacífica.

El Presidente en turno, Gabriel Boric, y los candidatos Jara y Kast, han sostenido diálogos respetuosos que proyectan seguridad institucional y cohesión social.
Aunado, Chile tiene instituciones autónomas sólidas, como el Banco Central, la Contraloría General de la República, el Servicio Electoral (SERVEL) y el Tribunal Constitucional, que gozan de legitimidad y fungen como barreras para el retroceso democrático, el autoritarismo o los descalabros constitucionales.
Sin embargo, el temor ante la posibilidad de retrocesos en derechos civiles y sociales, así como de la represión contra migrantes, sectores de oposición política, feministas, defensores de derechos humanos o la comunidad LGBTIQ+, es latente.

“Creo que nos van a matar”, dice Victoria Guzmán, encargada de cocina comunitaria llamada Resiste la olla comuna, en Cerro Cárcel, la excárcel pública de Valparaíso en tiempos de la dictadura, donde se torturaba, asesinaba y encerraba a quienes se señalaba como comunistas y opositores a Pinochet, que se transformó en un centro cultural.

“No me preocupa que Kast sea de derecha, Chile ha tenido presidentes derechistas, sino que éste es fascista, lo sabemos, vendrán por nosotres, dividirán a la población haciendo que unos acusen a otros, como pasó en la dictadura”, añadió Guzmán, quien siendo niña fue detenida y abusada sexualmente por agentes de seguridad en tiempos de Pinochet.

Para Víctor Maulk, quien se describe así mismo como luchador social y sobreviviente de la dictadura de Pinochet, el triunfo de Kast “representa lo más retrógrado de la sociedad chilena, que está entroncada con la dictadura tan perversa que tuvimos”.
De acuerdo con Maluk, Kast pondrá en riesgo a todas las personas señaladas como de izquierda: “nos van a perseguir”.
Maluk, quien es ahora un activo integrante de los grupos contra el genocidio en Gaza, piensa que el triunfo de Kast es una consecuencia de la doctrina individualista que Pinochet dejó como legado.
“Las generaciones posteriores al golpe [contra Salvador Allende] fueron obligadas a adoptar una posición individualista, y la idea de que toda posición de izquierda era antipatriota. Es un proyecto, que también permea en el progresismo, que le plantea a los jóvenes que “son dueños de su futuro sin necesidad de su comunidad, uno puede ser un emprendedor, y para ello tienes que competir con el que está a un lado, en lugar de colaborar”.
En los cafés, los bares y las redes sociales, los jóvenes que no votaron por Kast conversan sobre la necesaria autocrítica de los progresismos, pero también sobre los pasos a seguir. Algunos, en Valparaíso, hablan de protestas el mismo día que Kast tome el poder. Para otros, la respuesta debería ser diferente; a través del arte y la comunicación, el talón de aquiles de la izquierda en estas elecciones.
Vía Whatsapp circula una cadena con siete consejos, del colectivo Psicología Clínica y Resistencia, para “sobrevivir a un gobierno ultraderechista y ultraconservador”.
El primero sugiere: “La negación anestesia, pero no protege. Reconocer el retroceso democrático, la amenaza a derechos y el clima de hostilidad es el primer acto de cuidado psíquico. Poner palabras permite ordenar el miedo y eludir la confusión”. El segundo, habla de “cuidar la salud mental como un acto político”.
Así como Chile ha sido un referente de brutal represión Estatal, también lo ha sido por la fortaleza, persistencia e ingenio de sus resistencias. Según el sociólogo Jorge Rueda, “la risa fue parte de las prácticas sociopopulares en el contexto de la dictadura pinochetista. Constituyó, en efecto, una manera de representar sentidos de vida y formas de resistencia”.
Sin necesariamente haber leído a Rueda, pero en concordancia con sus planteamientos, los jóvenes del legendario Bar de René, donde han circulado las bandas chilenas más emblemáticas, reciben con preocupación, pero también risa, humor, conversación profunda y sentido comunitario, el triunfo de la amenazante ultraderecha.




