
Ciudad de México, 15 de febrero (SinEmbargo).- La última vez que fui a ver una película que despertara tanta polémica antes de su estreno fue en 1996 con Striptease. En aquella ocasión fui acompañado por mis padres. Aún faltaban algunos años para que tuviera en mi poder mi primera credencial para votar y, con ella, todos las cosas a las que tiene acceso un adulto sin cuestionamientos.
La primera vez que mostré interés por 50 sombras de Grey fue un aproximadamente par de semanas antes del estreno de su adaptación fílmica. Me interesaba, sobre todo, conocer el punto de vista de quienes ya habían leído la trilogía escrita por E. L. James o, en el peor de los casos, al menos el primer libro.
No escuché malas críticas, todas oscilaban entre lo condescendiente y el realce de lo atrevido que podían resultar las escenas ahí descritas. Por supuesto, no se trataba de situaciones comunes y corrientes, a lo que se referían todos era a las escenas sexuales. ¿Qué otra cosa si no?
Y es que desde su lanzamiento y luego al anunciarse su adaptación al cine, de lo que todos hablan cuando hablan de 50 sombras de Grey es de "lo atrevido que puede ser".
Por supuesto, primero hace falta definir a que se refieren las personas cuando dicen "atrevido".
Así que, dado que leer la obra cumbre de la señora James no figura dentro de mi lista de actividades próximas, lo mejor era esperar a que llegara el 12 de febrero y pagar una entrada de cine.
Sin embargo, el día que por fin me paré en el cine para ver el filme protagonizado por Dakota Johnson y Jamie Dornan fue el 14 de febrero. Demasiado cliché dirían algunos, demasiado apropiado dirán otros. A mí lo único que me pareció es que los mexicanos, además de morbosos, somos unos cursis. La fila de media hora me dio la razón.
Nelly, una de mis decenas de vecinos en la cola que parecía interminable, dentro de Plaza Universidad, fue bastante directa: "Todos la quieren ver y yo también. No tengo expectativas."
Unos cuantos pasos más adelante, y para hacer más llevadera la espera, le pregunté a Gilberto. "Oí las críticas y me dijeron que estaba padre", dijo, mientras abrazaba a su novia. Ambos afirmaron que es la primera película de este tipo que ambos ven. Les creí.
La verdad es que casi todos iban acompañados en la fila, así que la situación no se prestaba demasiado para una conversación amena. Finalmente, luego de un interminable zigzagueo digno de un banco, llegué a la taquilla.
Nadie me pidió mi credencial de elector.
La sala ya estaba llena y la película a punto de comenzar. Afortunadamente me perdí los comerciales del Partido Verde. Sólo me restaba sentarme y disfrutar la función.
Admito que de tanto spoiler ya sabía en gran medida lo que iba a suceder. A estas alturas quién no lo sabe. Hace falta vivir bajo una piedra para no tener idea de que va la trama.
Anastasia Steele conoce a Christian Grey quien, además de joven, multimillonario y atractivo, es un mandón, cosa que hace patente a partir del primer breve encuentro entre ambos. No obstante, es lo suficiente para dar pie a más de 40 minutos de tensión sexual que culminan en un literal primer encuentro sexual.
Para entonces la protagonista ya sabe que su galán no es sólo una persona autoritaria con "gustos peculiares", sino que es un "dominante". Y no nada más eso, quiere que ella, Anastasia, sea su "sumisa". Bienvenidos -así, sin mayor introducción- al mundo del BDSM mainstream.

Sin embargo, aquellos que son impacientes deben saber que hay que esperar primero alrededor de una hora con 40 minutos para poder ver en el filme la primera escena sexual de este tipo.
Mientras tanto, mis vecinas de asiento -que al parecer sí leyeron enterita la trilogía-, se quejaban porque omitieron algunas escenas sexuales que venían descritas en el primer libro. Ignoro a qué se referían, pero sí, definitivamente no me hubiera caído mal ver un poco más de sexo para salir del sopor del que fui presa después de la primera media hora de proyección.
La película sobrevive gracias a puentes en los que el señor Grey nos restriega a nosotros los asalariados su inmenso poder adquisitivo mientras que las damas en la sala (la gran mayoría) suspiran imaginando que algún día su pareja las llevará a su casa en helicóptero o a un paseo dominical en planeador. Casual.
Incluso la señorita Steele-que humildemente trabaja en una ferretera- posee un automóvil de colección: nada menos que un vochito que (a juzgar por el aspecto que muestra en el filme) se encuentra muy bien conservado.
El resto de la película es un estira y afloja de dimensiones exasperantes: Grey quiere que Steele firme un contrato, ella quiere romance y corazones; él se dice un hombre dominante, pero le ruega todo el tiempo para que ella acepte ser su sumisa.
¿Ya mencioné que se trata de un joven multimillonario y atractivo? Pues parece que el señor Grey se olvida de que lo es, pues la protagonista sólo se pasa dándole largas cuando él podría fácilmente tener a quien quisiera a su lado. Al parecer el sumiso es otro.
El final transcurre más o en una escena que parece mezcla de una escena de La Rosa de Guadalupe y Laura en América, en donde se sugiere que si lo que uno quiere es amor debe renunciar a todos sus kinkys, no importa que tan socialmente aceptados estén. Tantas veces se recalca la palabra "normal" a lo largo de la película que no faltará alguien que salga sintiéndose culpable después de dos horas y media de función.




