Un nuevo estudio reveló que los antepasados humanos estuvieron expuestos al plomo hace millones de años, lo que pudo haber influido en la evolución de nuestro cerebro.
Por Renaud Joannes-Boyau, Alysson R. Muotri y Manish Arora
Reino Unido, 19 de octubre (The Conversation).- Cuando pensamos en el envenenamiento por plomo, la mayoría de nosotros imaginamos la contaminación moderna provocada por el hombre, la pintura, las tuberías viejas o los gases de escape.
Pero un nuevo estudio publicado en Science Advances, revela algo mucho más sorprendente: nuestros antepasados estuvieron expuestos al plomo durante millones de años, y puede haber ayudado a dar forma a la evolución del cerebro humano.
Este descubrimiento revela que la sustancia tóxica contra la que luchamos hoy se ha entrelazado con la historia de la evolución humana desde sus inicios.
Remodela nuestra comprensión tanto del pasado como del presente, trazando un hilo continuo entre los entornos antiguos, la adaptación genética y la evolución en desarrollo de la inteligencia humana.
Un veneno más antiguo que la humanidad misma
El plomo es una poderosa neurotoxina que interrumpe el crecimiento y la función tanto del cerebro como del cuerpo. No existe un nivel seguro de exposición al plomo, e incluso los rastros más pequeños pueden afectar la memoria, el aprendizaje y el comportamiento, especialmente en los niños. Es por eso que eliminar el plomo de la gasolina, la pintura y la plomería es una de las iniciativas de salud pública más importantes.
Hominids experienced lead exposure as far back as 2 million years ago, new research finds, challenging the theory that the neurotoxicant is an exclusively modern health hazard. https://t.co/a7jNR48OJp pic.twitter.com/stEEwl7zJ3
— Science Advances (@ScienceAdvances) October 16, 2025
Sin embargo, al analizar dientes antiguos en la Universidad Southern Cross, investigadores descubrieron algo totalmente inesperado: rastros claros de plomo sellados dentro de los fósiles de los primeros humanos y otras especies ancestrales.
Estos especímenes, recuperados de África, Asia y Europa, tenían hasta dos millones de años.
Usando láseres más finos que un mechón de cabello, se escaneó cada diente capa por capa, como si se leyeran los anillos de crecimiento de un árbol. Cada banda grabó un breve capítulo de la vida del individuo. Cuando el plomo entró en el cuerpo, dejó una firma química vívida.
Estas firmas revelaron que la exposición no era rara ni accidental; ocurrió repetidamente a lo largo del tiempo.
¿De dónde vino esta pista?
Los hallazgos muestran que los primeros humanos nunca estuvieron protegidos del plomo por el mundo natural. Por el contrario, también era parte de su mundo.

El plomo encontrado no provenía de la minería o la fundición, esas actividades son de la historia humana relativamente reciente.
En cambio, probablemente provino de fuentes naturales como polvo volcánico, suelos ricos en minerales y agua subterránea que fluye a través de rocas con plomo en cuevas. Durante tiempos de sequía o escasez de alimentos, los primeros humanos podrían haber cavado en busca de agua o comido plantas y raíces que absorbían plomo del suelo.
Cada diente fósil estudiado es un registro de supervivencia. Un pequeño diario de los primeros años de vida del individuo, escrito en minerales en lugar de palabras. Estos rastros antiguos nos dicen que incluso mientras nuestros antepasados luchaban por encontrar comida, refugio y comunidad, también navegaban por un mundo lleno de peligros invisibles.
De dientes fósiles a células cerebrales vivas
Para comprender cómo esta antigua exposición podría haber afectado el desarrollo del cerebro, los investigadores se asociaron con genetistas y neurocientíficos, y usaron células madre para cultivar pequeñas versiones de tejido cerebral humano, llamadas organoides cerebrales. Estas pequeñas colecciones de células tienen muchas de las características del tejido cerebral humano en desarrollo.
Los científicos dieron a algunos de estos organoides una versión humana moderna de un gen llamado NOVA1, y a otros una versión arcaica y extinta del gen similar a la que llevaban los neandertales y los denisovanos. NOVA1 es un gen que orquesta el neurodesarrollo temprano. También inicia la respuesta de las células cerebrales a los contaminantes principales.

Luego, se expusieron ambos conjuntos de organoides a cantidades muy pequeñas y realistas de plomo, lo que los humanos antiguos podrían haber encontrado de forma natural.
La diferencia fue sorprendente. Los organoides con el gen antiguo mostraron claros signos de estrés. Las conexiones neuronales no se formaron de manera tan eficiente y se interrumpieron las vías clave relacionadas con la comunicación y el comportamiento social. Los organoides de genes modernos, sin embargo, eran mucho más resistentes.
Parece que, en algún momento del camino evolutivo, nuestra especie puede haber desarrollado una mejor protección incorporada contra los efectos dañinos del plomo.
Una historia de lucha
El medio ambiente, con exposición al plomo, empujó a las poblaciones humanas modernas a adaptarse. Las personas con variaciones genéticas que les ayudan a resistir una amenaza tienen más probabilidades de sobrevivir y transmitir esos rasgos a las generaciones futuras.
De esta manera, la exposición al plomo puede haber sido una de las muchas fuerzas invisibles que esculpieron la historia humana. Al favorecer los genes que fortalecieron nuestros cerebros contra el estrés ambiental, podría haber moldeado sutilmente la forma en que se desarrollaron nuestras redes neuronales, influyendo en todo, desde la cognición hasta las primeras raíces del habla y la conexión social.

Esto no cambió el hecho de que el plomo sigue siendo un químico tóxico. Sigue siendo una de las sustancias más dañinas para nuestro cerebro.
Pero la evolución a menudo funciona a través de la lucha, incluso las experiencias negativas pueden dejar marcas duraderas, a veces beneficiosas, en nuestra especie.
Nuevo contexto para un problema moderno
Comprender nuestra larga relación con el plomo da un nuevo contexto a un problema muy moderno. A pesar de décadas de prohibiciones y regulaciones, el envenenamiento por plomo sigue siendo un problema de salud mundial. Las estimaciones más recientes de UNICEF muestran que uno de cada tres niños en todo el mundo todavía tiene niveles de plomo en la sangre lo suficientemente altos como para causar daño.
Nuestro descubrimiento muestra que la biología humana evolucionó en un mundo lleno de desafíos químicos. Lo que cambió no es la presencia de sustancias tóxicas, sino la intensidad de nuestra exposición.
Cuando miramos el pasado a través de la lente de la ciencia, no solo descubrimos huesos viejos, nos descubrimos a nosotros mismos.
En la era industrial, hemos amplificado masivamente lo que solía ser una exposición natural corta y poco frecuente. Al estudiar cómo respondieron los cuerpos y genes de nuestros antepasados al estrés ambiental, podemos aprender a construir un futuro más saludable y resiliente.




